By Alberto Carbó Fernández
¡Me fastidió!... Durante la convivencia conmigo, siempre era lo mismo con ella… desde su llegada a mi departamento, fue el cuento de nunca acabar. No debí permitirle estar en mi vida. Pero cuando la vi la primera vez… me conmovió.
La conocí de pequeña, un ser indefenso. Como toda criatura a su edad era tierna, apacible y simpática… con el tiempo fue lo contrario, insensible, antipática y rebelde.
Le di oportunidad de vivir a mi lado. Conviviríamos amenos. Conforme fui tratándola… me di cuenta de algo. ¡Era doble cara! ¡Sí, era verdad! Sabía cierto antecedente al respecto. No hice caso. Pensé. Quizá sea la excepción. Para nada. Era conformista igual a su familia, otra camada inútil.
A mi llegada del trabajo, estaba en el mismo sitio, la sala. Ni siquiera curioseó el librero o la vitrina… sólo le gustaba ver televisión. Como si de veras fuera inteligente. No entendía algún programa televisivo, menos un noticiero. Nunca pisó la escuela porque su cerebrito jamás captaba todo entendimiento. La pereza la apoderaba.
Un día agaché la mirada al pequeño hormiguero en el rincón del jardín de abajo. Y dije… “debías aprender a la marabunta. Las hormigas trabajarán sus futuras subsistencias. Pero tú igual a la cigarra, puro chirriar y chirriar. ¡Holgazana y desvergonzada!”... Me Vio… como diciendo… “te creíste erudito”… no hizo caso. Siguió tragando cuanto alimento encontró. En cambio medité. “¡Paciencia, ya vendrá mi desquite!”
Vi el techo. La arácnida envolvió la presa con su telaraña. Preparó su comestible. Expresé mi coraje a la floja. “¿Viste la araña? Trabajó para ganar su cena. ¡En cambio tú, te pondrás a chambear!” Dio lo mismo. “Si, cómo no”... le di una última oportunidad. Cuando menos aseará su lugar de descanso. Me encargaré del resto.
Al mes me harté. Yo pondría un “hasta aquí”, o seguiría de abusiva. La escarmentaría. En la oficina expliqué situación. Mi amigo buscó alternativa. Sugirió alejarla. Conociéndola… tendría el cinismo de volver a mi hogar. Insinuó darle una fuerte paliza, pero no sería suficiente. Tal caprichosa menos se iría.
Me recomendó algo riesgoso… su ruina. Nadie se daría cuenta. No quise remordimiento. Pese nuestra convivencia, creí motivarla a cambiar. No resultó. Me arriesgaría, pero valdría la pena el intento.
Yo tendría cuidado. Posiblemente no se dejará. Porque cuando se trata de cuidar la vida… reaccionará quien tendrá ingenuidad. Conociendo a la atarantada… también se defenderá. No me quedó otro remedio…
Entré a un establecimiento. Cuando me atendió la empleada, le asombró mi pedido… Una señora me miró dudosa. Como su mirada fue insistente, le fruncí mi ceño… Disimuló ver a otro lado. No quise ningún testigo en mi acción.
Entré al edificio. No vi a nadie en la planta baja… subí discreto por las escaleras al sexto piso… durante el trayecto, un vecino me saludó y bajó hacia la calle… aunque no creo se entrometería en mi asunto privado, yo sería cuidadoso…
Sigilosamente abrí y cerré la puerta, porque no debería darse cuenta de mi intensión… como supuse. Estaba cómoda frente al televisor. No le importó verme. Evidentemente, no sospechó nada.
Preparé lo necesario. Me acerqué a ella. Se atemorizó al presentir mi presencia. Estuvo atenta. Quizá notó mi mirada furiosa… y no lo dudó. De inmediato se movilizó. No alcanzó a huir. Por la ventana estaba muy alto. Yo le topé la puerta. Corrió a esconderse aprisa atrás del librero.
La perseguí. Le grité. “¡Maldita, ahora si me las pagarás!” Mis pasos fueron más veloces a los suyos. Vi su rostro… como diciendo... “¿te enojaste?” “¡No era para tanto!”… ¡Ya cambiaré!… Demasiado tarde. Ya no te creeré… no tuve piedad.
Destapé el bote. Le arrojé a su ser bastante material tóxico y ya no pudo respirar. Sus ojos se irritaron. Su cuerpo ardió y conforme avanzó se debilitó. Se dobló quejosa. No resistió. Se revolcó con desesperación… ¡por fin me deshice de ti!
Mis ojos no perdieron detalles… el peso de su cuerpo la venció. Ya no podía hacer nada boca arriba. Ladeó la cabeza. Me retó. “¿Te di batalla verdad?” Me enfurecí. No la soporté. La aplasté con mi pie. Fueron varias pisadas.
A la medianoche, sin ninguna presencia, saqué el cadáver… Sería cauteloso, o enfrentaría la consecuencia por mi responsabilidad. La vi por última vez. Sus patas se aquietaron. Sus flácidas antenas no vibraron. ¡Asquerosa cucaracha! ¿Dónde dejé la escoba? Ya la vi... ¡Y ahora fuera de mi hogar! Será suficiente un escobazo hacia abajo… Parecía hojita de papel. Giró y giró hasta llegar a la planta baja. Quedaste frente al departamento de Doña Ana. Lo sentiré por mi vecina. No soportó a tu especie. ¡En cuanto te vea… pobre ti!